Tantas veces nos sucede que no valoramos ni disfrutamos
nuestra realidad. Lo terrible es que mientras deseamos “estar en otro lado” se
nos escurre la vida como el agua entre las manos...
A todos nos surgen a diario pensamientos parecidos a estos:
“Si ganara más, si hubiera nacido en otro lado, si me fuera de viaje, si
tuviera otro carácter, si fuera más atractivo.”¡Todo con tal de no navegar en
las aguas de la “nada”! La vida es inmensa y por eso puede ser agotador ir
detrás de todo lo que ofrece.¿Podemos satisfacer absolutamente todos nuestros
deseos? ¿Hay siempre algo mejor que hacer o algún lugar mejor en el que estar
distinto al que nos toca aquí y ahora?¿Porqué tenemos siempre esa sensación de
que hay algo que está mal en nosotros, que nunca somos lo suficientemente
adecuados y completos?
Los budistas tibetanos describen el “reino de los fantasmas
hambrientos”, un mundo habitado por seres fantasmales cuyos vientres están muy
hinchados y digieren con dificultad, a la vez que sus gargantas son tan estrechas e irritadas que
apenas pueden tragar. Es así como no logan comer sin que hacerlo les cause
dolor e indigestión, por lo que tienen hambre y sed permanentemente. Su hambre
es enorme, cualquier intento de satisfacerla les provoca más dolor y sus
posibilidades de satisfacción son mínimas. Tan grande es su frustración, que
sus vidas comienzan y terminan en sus necesidades permanentemente
insatisfechas. Esta metáfora puede ayudarnos a comprender muchas de nuestras actitudes, este reino no
parece reside demasiado lejos de nuestra vida cotidiana.
Si prestan atención verán personas que permanentemente nos
están pidiendo algo, pero cuando intentamos brindárselo, ellas se aprovechan de
nuestra tentativa de aproximación para reclamar otra cosa, justo lo que
nosotros no hicimos. Siempre está la satisfacción en otro lado, siempre quieren
más de lo que necesitan. Además, cuando lo obtienen, no lo pueden disfrutar, en
su desesperación no comprenden que la satisfacción siempre es provisoria y
fugaz. ¡Quiero más!¡Dame más!, y una queja permanente amenazando aflorar en
cualquier momento. Grandes o pequeños quejosos, tal vez nosotros mismos seamos
uno de ellos por momentos.
Cuando estamos esperando algo, cuando terminamos un trabajo,
cuando no tenemos una pareja, no solemos soportar el presente. Poco sabemos
acerca de habitar el espacio del “hambre simbólica”, la ansiedad, el
aburrimiento y la angustia suelen apabullarnos, nos cuesta mucho habitar el momento
en el que no estamos haciendo nada en particular. El hacer no existe sin el
no-hacer, el ruido sin el silencio, el deseo sin el “sin deseo”.
Entonces...¡Que viva el tan temido vacío!, porque desde ahí se abrirán espacios
en los que surgirán otras cosas y otras personas.
Amar lo que es posible amar, desear lo que se puede
alcanzar, ir hacia metas alcanzables,
aceptarnos tal cual somos, aunque nos consideremos “mejorables”. Los
“fantasmitas hambrientos” que tenemos adentro seguirán sufriendo mientras no se
den cuenta de su deseo desesperado de obtener abundancia sin fin. Aprender a
reconocer entre nuestros deseos cuáles se pueden satisfacer y cuáles no,
reconocer la ansiedad y no hacer nada movidos por ella, aceptar las
desilusiones, aceptar el aspecto rutinario (y necesario) de la vida, quizás
hasta encontrarle un sabor agradable. Saber sentir, sobrellevar la presencia de
emociones difíciles, disfrutar las sanas fantasías que nos permiten tanto crear
nuevas cosas como vivir en el tiempo intermedio en el que aún no las logramos y
seguir adelante ¡incluso si no las
logramos!, la vida es inmensa y nos ofrecerá muchas otras oportunidades.
Nada malo hay en el hecho de querer disfrutar de
experiencias agradables, tampoco en el deseo de vivir de acuerdo a valores cada
vez más elevados; después de todo, el camino de la evolución personal se
impulsa por el fuerte deseo por recorrerlo. Pero la dificultad comienza allí a
donde nuestros pensamientos nos llevan al reino de los sueños imposibles y a la
dimensión de las realidades potenciales ya allí se nos escurrirá la vida como
el agua entre las manos. ¿Qué otra cosa es, después de todo, ansiar ser otros
distintos sino una encubierta falta de amor por nosotros mismos?¿Qué significa
el ansiar haber hecho las cosas de otra forma sino el que no estamos aceptando
nuestros errores y el que necesitamos aprender? ¿No es acaso la clave del buen
disfrute el saber aceptar como un hecho natural que debemos resignarnos a que
éste necesariamente va a terminar?.
Publicado en la Revista Uno Mismo, febrero de 2012.
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