Alguna
vez la tierra se movió, se quebró y sus aguas corrieron como el llanto por laderas
y quebradas, los ríos arrastraron lo invisible y lo visible, se llevaron
la vida, se llevaron la mies. Miles de millones de días con
sus noches y amaneceres, han vivido en la mente de la Madre y el
Padre. También en la memoria de la Tierra hay huellas del pasado. Sobre la superficie de las aguas han revoloteado los designios,
los amores, las emociones. Cuando se secó la tierra se secaron también las lágrimas.
No había corazones donde guardar las señales y las emociones, no había vida
donde latir.
A la
vuelta de miles de eones de tiempo el aleteo del espíritu de Dios
hizo brotar de su simiente el agua, la vida y revivió la esperanza otra
vez.
Cada otoño y cada primavera se inicia un nuevo ciclo. Hemos elegido nuevos
caminos y hemos creado nuevas historias, aquí en nuestra
Tierra, nuestro planeta en que suceden todas las cosas al mismo tiempo que en
el Universo, donde nuestro pasado está
en el éter junto a nosotros en cada momento de nuestras vidas.
En la Memoria de la Tierra está escrito porque debemos agradecer al Gran Espíritu por darnos
permiso de vivir y usar el Planeta para nuestra propia evolución.
Tal vez la
Tierra se mueva de nuevo, quizás pronto deba iniciar un nuevo ciclo.
Cuando eso
suceda, nuevamente desde las raíces de los arboles brotará la energía que
recorrerá miles de kilómetros, cruzará los mantos y el magma y brotará al otro
lado del planeta donde dará vida y alimento.
La Tierra nos dice que debemos
preparar el corazón para los acontecimientos extraordinarios que sucederán, sin
aviso, en cualquier momento aquí y en el universo.
Megg
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